El fallecimiento de un hijo es, quizás, el evento más doloroso al que un padre o una madre se puede enfrentar. ¿Cómo empezar a entenderlo para poder superarlo?
El fallecimiento de un hijo es, quizás, el evento más doloroso al que un padre o una madre se puede enfrentar. ¿Cómo empezar a entenderlo para poder superarlo?
Somos conscientes de que nadie es eterno, todos moriremos algún día. Sabemos que en algún momento tendremos que enterrar a nuestros padres y decirles adiós a nuestros hermanos mayores. Aunque es una situación muy difícil tenemos en cuenta que lidiaremos con ese dolor tarde o temprano. Sin embargo, la muerte de un hijo es un hecho devastador, el cual ningún padre tiene contemplado.
Al ser papás todos esperamos ver a nuestros hijos crecer, cumplir sus sueños y convertirse en personas maravillosas. Ver florecer todas las semillas que sembramos en ellos desde pequeños, para así poder irnos un día con la tranquilidad de que les dimos todo el amor necesario en vida y aprovechamos cada momento a su lado.
Solemos tener expectativas del mundo, soñamos con la vida que deseamos para nuestros hijos, con cuántos nietos queremos tener o con la pareja ideal para nuestros más grandes tesoros. Aunque muchas veces la vida tiene preparado para nosotros planes muy diferentes como lo es la muerte de un hijo.
No existe una estrategia precisa para sobreponerse de la pérdida de un hijo, pues el duelo que vive cada persona es diferente, pero si podemos darte algunos consejos que te ayudarán a ir por el camino correcto.
SOLICITAR AYUDA
La muerte de un hijo es un proceso tan doloroso que suele terminar en la depresión de los padres, por esta razón se debe pedir ayuda a un profesional de la salud mental. También es una buena opción integrarse a un grupo de apoyo emocional, en donde asistan personas que hayan o estén pasando por una situación similar.
RECONOCER LAS EMOCIONES
Para poder enfrentarse a la pérdida de un hijo necesitamos primero reconocer lo que estamos sintiendo, pues no todo es tristeza. Esta situación trae consigo una cascada de emociones que se sienten con mucha intensidad como lo son: la tristeza, la culpa, la ansiedad, el miedo, el enojo, entre otros.
Hay que identificar cuáles estamos experimentando y por qué. ¿Por qué me siento culpable? ¿Qué me da miedo? ¿Por qué me siento enojada? Es una manera de desglosar el dolor para poder hacerle frente, sentirlo y expresarlo.
APOYO FAMILIAR
Poder expresar los verdaderos sentimientos en el entorno familiar es esencial para sobrellevar el duelo. Algunas veces, con el fin de proteger a alguien más, ya sea nuestro esposo o hijos, guardamos nuestras emociones para nosotros mismos. Sin embargo, este dolor es tan intenso que muchas veces puede empeorar la situación. Además, expresar nuestras emociones puede abrir la puerta para que los otros miembros de la familia tengan la confianza de manifestar las suyas de la misma forma.
DESPEDIDA FAMILIAR
Más allá de las ceremonias funerarias, podemos realizar un acto íntimo en familia para despedir a nuestro ser querido. Esto ayudará a que la familia se una y expresen sus verdaderos sentimientos. La recomendación es hacer un ritual diferente al entierro o al velorio, puede ser alguna actividad que disfrutaban hacer juntos, leer cartas dedicadas al difunto, escuchar su música favorita o recordar los mejores momentos a su lado.
LA VIDA AÚN TIENE SENTIDO
A pesar de lo que algunos creen, la muerte de un hijo es una pérdida insuperable. Lo único que podemos hacer es aprender a vivir con ello. Debemos encontrar algún motivo que nos haga aferrarnos a esta vida, ya sea el amor a nuestros otros hijos, a los nietos o la transformación que este duelo propicie.
La muerte de un hijo puede hacer que nos replanteemos nuestras prioridades o nuestro propósito en la vida. Suena como algo imposible, pero se puede sacar algo positivo de un golpe tan fuerte. Esto nos puede ayudar a dejar atrás conflictos sin importancia para enfocarnos en lo que de verdad importa, que es aprovechar al máximo el tiempo que tenemos con las personas que amamos.
EL DOLOR NO SIEMPRE SERÁ IGUAL
Si bien, el dolor jamás desaparecerá pero sí dejará de ser tan desgarrador como lo es al principio. Cuando el fallecimiento es reciente el dolor es tan intenso que traspasa la barrera de lo emocional, pero conforme pasa el tiempo disminuye la intensidad. Aunque esto no significa que duela menos, simplemente nuestra mente va asimilando la pérdida a través de los días. Para esto es necesario llorar, gritar y sentir lo necesario.
La muerte de un hijo lo cambia todo, cambia la manera de ver la vida, la forma de amar, de pensar y de vivir…
NO AISLARSE
En este momento creemos que nadie puede entendernos, que nadie puede hacernos sentir mejor y muy probablemente sea cierto. Seguramente, las personas que estén ahí para apoyarnos jamás hayan sufrido un dolor tan grande y nunca entiendan por lo que estamos atravesando, pero son personas que nos aman, que están dispuestas a escucharnos, a abrazarnos el tiempo que sea necesario y que nunca van a soltar nuestra mano.
HONRAR SU MEMORIA
Existen muchas maneras de hacer que esa persona que se ha ido se sienta orgullosa de nosotros. Una de ellas es cumpliendo todas las cosas que planeamos juntos. También podemos apoyar a una fundación que, si bien ya no puede ayudar a nuestro hijo, sí puede apoyar o prevenir a otras personas para que no pasen por lo mismo.
EL DUELO DE OTROS HIJOS
Cuando fallece un hijo los padres suelen ser el centro de atención y se deja de lado a los hermanos. Sin embargo, debemos de tener muy presente que ellos han perdido a un hermano, un confidente y una pieza fundamental es su vida.
A pesar de que el duelo es algo muy personal y cada quien lo vive de diferente manera, podemos hacer que sea un proceso familiar. Platicar sobre nuestros sentimientos, llorar, hablar sobre cuanta falta hace su hermano y tomar juntos decisiones como el destino de las pertenencias del difunto.
La muerte de un hijo lo cambia todo, cambia la manera de ver la vida, la forma de amar, de pensar y de vivir. En estos momentos te das cuenta que nada es tan grave como para no hablarse por un día entero y que nada es tan insignificante como para no merecer una muestra de afecto.