Hoy es 24 de diciembre y, sin duda alguna, una de las Nochebuenas más extrañas de la historia. Encerrados y a la distancia celebramos. En el ambiente no se perciben las mismas emociones que en años anteriores.
Hoy es 31 de diciembre, el último día de uno de los años más extraños de la historia. Encerrados y a la distancia celebramos. En el ambiente no se perciben las mismas emociones que en festejos anteriores.
Claro, hay alegría, hay gozo, pero también nostalgia y melancolía. Resulta inevitable recordar Navidades y Años Nuevos pasados con aromas a jengibre, a cardamomo, a canela, a la cera de las velas que brillan en un árbol hermoso y se reflejan una y mil veces en los pequeños grandes ojos de los niños. Eran tiempos mucho más simples. De abrazos, lanzar luces al cielo y comer uvas deseando lo mejor para los meses venideros.
Hoy una enfermedad brutal azota al mundo y lejos de mejorar, el panorama pareciera complicarse cada día un poco más. Uno escucha de gente que cayó; de personas sanas que se enfermaron de pronto y sin saber cómo. Síntomas casi imperceptibles que se complicaron para arrebatar sueños, planes, vidas enteras en cuatro o cinco días. Pero en medio de la incertidumbre y de la desesperanza uno recuerda historias de otras Navidades y años nuevos en tiempos de guerra, de devastación, de bombardeos, de sismos e inundaciones y de niños que nacieron en familias rasgadas por conflictos que duraron lustros. Todas esas historias coinciden en describir a la Nochebuena, a la Navidad y al Año Nuevo –pese a todo– como días de paz. De comprender que la razón real de la celebración no son los abrazos, ni los regalos, ni las reuniones, ni las deliciosas cenas, sino que la luz que se enciende tímida y de nueva cuenta en nuestro corazón. Porque en tiempos como estos lo que el mundo necesita no son árboles que destellen, ni series multicolor alumbrando las fachadas de las casas, ni regalos. No. Lo que el mundo necesita es que una vez encendida en nuestro interior, la luz creada por el nacimiento de un niño en un pesebre solitario brille desde nuestra mirada: que salga de nuestros ojos para iluminarlo todo, para que nos atrevamos a ver las cosas de manera diferente.
Que en este fin de año sin abrazos nuestros ojos sean luz sobre los demás. Que esa luz nos guíe por el camino para que, un paso a la vez, superemos los retos, las diferencias y las dificultades para que podamos volver a vernos, a reunirnos, a abrazarnos.
Feliz Año Nuevo.